A Pepe Bárcena, el último “chaqueta negra” que conservo
en la memoria.
“Nuestros
pensamientos son nuestros, pero sus fines ya no lo son” (W. Shakespeare - Hamlet, Acto III, escena II.
V.183-209 “Our oughts are ours, their
ends none of our own.”)
Ya
desde niño queda atrapado en la turbulenta época que le tocó vivir. Todavía, el
Quijote que en cada españolito anida, sentía daño por la pérdida de las últimas
colonias americanas. De otro lado, el gañán con boina, a lo Sancho que prestaba
su sangre con generosidad obligada a la patria, empezaba a ser agitado por los
políticos oportunistas, trileros de
la parodia nacional. Se volvía a destapar el cofre del Cid (si es que alguna
vez estuvo cerrado); se reinventaba la España de las “Españas”, concepto
imperial ya caduco; cada vez más se asentaba en el sentir de la gente esa
España múltiple y aldeana de “las Españas”, -tan magníficamente pintada en sus
cartones y dibujos por el genial sordo de Fuendetodos, otro desarraigado- que
desde la Reconquista marcó y forjó la piel de los habitantes de este país sin
solución y a reventar de resentimientos: moros y cristianos, ovación y pitos,
curas por delante del populacho, corriendo a estacazos; curas por detrás de ese
mismo pueblo, salmodiando e impartiendo severas bendiciones a hisopazos, con
cara adusta. Todo un espectáculo para el visitante inglés, francés o alemán que
aterrizaba aún por aquí, atraído por esa insólita manera de vivir nuestra, que
no por el sol.
Mientras
tanto, la mayoría de la gente malvivía: hambre, carestías, tifus, pandemias
tremendas, incorporación a filas censitaria y desigual en aras de un pretendido
intento por recuperar una posición colonial-imperial, pareja a la moda
británica, belga, francesa o germana del siglo precedente.
En
lo literario, aún quedaba algo del esplendor aportado por la llamada Generación
del 98, con los experimentos geniales de Valle, trascendiendo la patria, la monarquía
y sus próceres muy acertadamente; la
ramplonería de Baroja dejándonos unas pinturas que olían demasiado a ajo y
sacristía vasca, antesala de lo que más tarde, con el aporte temprano del
meapilas de Arana, sabría aprovechar muy bien toda la clerecía vasca, en
particular la Orden de los jesuitas; la sencillez de Azorín, infinito en su
Castilla pregonada pero huérfano de ilusión e imaginación. No obstante irrumpía
poderosamente la poesía modernista de Rubén con ese aire americano que insufló vida
a la moribunda progenie literaria del momento. Fruto de esto fue la no menos
extraordinaria obra de Juan Ramón y el acertadísimo discurso poético de
Machado. El nicaragüense supo desplazar con elegancia el corsé que asfixiaba la
poesía española. Juan Ramón abrió las puertas del sueño, atrapó el rumor de los
jardines, nos describió el agua y el viento, y nos ensanchó maravillosamente los
cielos de Moguer con su Platero. Machado fue el eterno enamorado, crítico de la
indecencia, cantor del alma y de los recuerdos, el mejor narrador que soñara Proust
para el escenario de Guermantes.
En
ese marco variopinto nuestro poeta se movía asombrado. Un padre riguroso,
ignorante y de ningún posible. Una familia necesitada de casi todo. Un niño, un
joven con inquietudes y una inteligencia superior a la media del momento.
Miguel
tiene su corazón cargado de ilusiones. Por eso, aprovechando sus pastoreos, se
dedica a instruirse leyendo todo libro que llega a su alcance.
Su
obra temprana es un reflejo de esa idea autodidacta con pródigos énfasis de su
tierra y del sol mediterráneo, a veces lujuriosa, a veces dulce, otras cándida mas
nunca triste, siempre sencilla que la vida ya le daría motivos para entristecer
su alma.
Limoneros
jugosos, de oro y tersas hojas. Lentitud del calor que no abandona la tierra
hasta su sequedad. Árboles de copa baja y lentiscos agrestes en las agrestes
tierras de Orihuela. Viento de levante que trae sonrisas de odaliscas de otros horizontes.
Rumor del agua escasa por lo regatos sedientos del entorno levantino.
Estrellas, nubes, lluvia y sol. Pastor al fin de humildes cabras que suben y
bajan con él por el monte áspero.
Al
Polo norte del limón amargo
desde
tu arena azul, ¡cociente higuera!
al
Polo norte del limón subiera,
que
no a tu sur, y subo sin embargo.
Colateral
a su almidón, más largo,
aquél
amaga de otra y una esfera.
A
dedo en río, falta anillo en puente:
¡cómo
he de vadearte netamente!
Siente
premura por abarcar el conocimiento y dejar esa existencia que le imponen; no
quiere seguir en ese estío permanente. Marchar de allí, encontrar otra vida más
llena que le haga sentir la inmensa fortaleza que sus huesos puedan soportar.
Vivir, vivir intensamente y cuanto antes el contacto con otros y poder ofrecer el
alma a través de su música rimada. La sangre le acompaña por doquier y el
frescor de la mañana no consigue refrescar sus venas.
Agrios
huertos, azules limonares,
de
frutos, si dorados, corredores;
¡tan
distantes!, que os sé si los vapores
libertan
siempre presos palomares.
Ya
va el río a regarles los azahares
alrededor
de sus alrededores,
en
menoscabo de la horticultura:
¡oh
solución, presente al fin, futura!
Dos
años, sólo dos años fue toda su formación. ¿Suficiente? Quién sabe. Si de tan
poco salió la oferta presentada y en tan corta existencia. Memoria y aplicación
distinguen al poeta en ciernes que siente la cadencia y practica en solitario,
con el rumor de los arroyos y el triscar de las cabras como fondo. Y lee, lee
cuanto cae en sus manos; lee a San Juan de la Cruz, luego a Góngora, su mejor
mentor; a Garcilaso y salta a Rubén, Juan Ramón y Machado. Pero su mejor guía
es Ramón Sijé, dos años menor, amigo y compañero espiritual hasta la muerte
temprana de aquél y jamás olvidado, aún en su recuerdo, hasta el último verso:
Me tendí en la arena
para que el mar me
enterrara,
me dejara, me
cogiera.
¡ay de la ausencia!
Y
Góngora. Su influencia es manifiesta en toda la obra de Miguel:
...
yo que sostengo estíos con mis brazos,
si
su blancura enarco, en oro espigo.
De
un seguro naufragio, negro digo,
lo
librarán mis largos aletazos ...
Siente
nostalgia de sí mismo y es tanta la humildad y modestia que conforma su paisaje
adaptando el sueño al esplendor de otras extensiones.
Aquí los venenosos perejiles
extreman sus caireles,
parejos al azul de los astiles
de
los altos claveles,
espigas injertadas en pinceles.
Y
no se olvida de sus silvestres acompañantes, criaturas libres en esos escenarios
de pastoreo que tanto bien le hicieron. Pastor de cabras, sí, mas también
pastor de poesía, de metros difíciles, de ensueños coloreados, de fantasías
propias, a veces inventadas, las más vividas y enriquecidas por su portentoso
talento y dulce encaje. Así describe al ruiseñor:
Nada colma el vacío
de tu delicadez y gloria alta…
El álamo ha quedado, por viudo,
desilustrado
y mudo;
sin quehacer tu garganta.
Las alas, instintivos salvavidas,
Ruy, ¿de qué te han valido?
Y es estremecedora, por lo
intenso, conmovedor y rotundo en el conjunto, la estrofa que sigue:
La soledad del nido
ya no apoya y levanta
la dulce monarquía de tu acento.
La
vida del poeta, en esa juventud truncada de saber académico, huérfana de
ilustración deseada, sabe adaptarse no obstante al entorno. Y como del terruño
hondo un zahorí encuentra el agua, Miguel extrae de la vida, de su existencia
campesina y pastoril, la sustancia extraordinaria que volcará en sus versos
henchidos de perfecta métrica, reguero del difícil cordobés continuador,
simetría gongorina:
Ser onda, oficio, niña es de tu pelo,
nacida ya para el marero oficio;
ser graciosa y morena tu ejercicio
y tu virtud más ejemplar ser cielo.
Comparaciones,
metáforas, aliteraciones, retruécanos y sinécdoques ajustadas, precisas; a lo
grande, como un Homero levantino más allá de Quíos, más cerca del Jebel Akra,
más próximo al encuentro con los dioses, del Hércules doce veces vencedor, cien
mil veces más, muy cercano a las musas por no decir hermanas.
El
amor adolescente, siempre en Miguel, como el primer día, nunca moribundo:
A ti, llamada impropiamente
Rosa,
impropiamente, Rosa,
impropiamente,
rosa desde los pies
hasta la frente
que te deshojarás al
ser esposa.
Y
su deseo de hombre se convierte en pura poesía:
Por ser esposo de
una rosa gime
mi cuerpo de
claveles labradores
y ansias de ser
rosal de ti lo encienden.
Y
su amor, su verdadero amor surgido en juventud y separado por Madrid, el
desamparo, la guerra, la cárcel y la muerte.
Tus cartas son un
vino
que me trastorna y
son
el único alimento
para mi corazón.
Desde que estoy
ausente
no sé sino soñar,
igual que el mar tu
cuerpo,
amargo igual que el
mar.
Mientras
tanto sigue el poeta su andadura ácida. Recóndito refugio del desamparado,
cantor de injusticias y valedor de causas muertas, desmedidas por más que
moribundas que desde el cielo debieran recibir aliento. Así de claro denuncia
en alto la servidumbre entre hombres, tremenda injusticia y peor desequilibrio
de esa España feroz que lleva en la sangre de sus hijos la miseria y el odio
arrancado a la tierra a fuerza de surcos y azadones regados de sudor y
tristeza:
Tú no eres tú, mi
hermano y campesino;
tú eres nadie y tu
ira, facultada
de manejables arcos
acerados.
A tu manera faltas
sosegada,
a tu amor y destino,
veterana asistencia
de los prados.
…
El sexo macho y
fuerte de la reja,
el surco femenino,
en desaseo,
para abrir cauces a
la muerte, deja.
…
¡Amargo es el
vientre de tu esposa
como el abril en
flor de la retama!
Ya
es perito en lunas. Sus octavas reales son puro neogongorismo. Consagrado al
menos entre un círculo de poetas y buena gente que le apoya, como señala con
acierto su amigo Ramón en el prólogo que le regala en la edición del libro: …
la poesía de Miguel, en su primera luna, es estridente: es el poema terruñero,
provincial, querencioso de pastorería
de sueños. Cuando ya es noche cerrada, nace el religioso albor de su segunda
luna: es poesía literaria, resonante de voces y reflejos. Y en su tercera luna
es delirio callado de tormentas. La poesía es transmutación, milagro y virtud;
y la poesía de Miguel es tan sólo todo eso: ni más ni menos.
Miguel,
como el rayo, no cesa y en perfectos endecasílabos es capaz de volcar su
corazón como la lluvia hace detrás del trueno:
Tengo estos huesos
hechos a las penas
y a las cavilaciones
estas sienes:
pena que vas,
cavilación que vienes
como el mar de la
playa a las arenas
Y
el amor que siente hacia su amada Josefina queda patente en este precioso
soneto, en donde muestra su hombría y al tiempo el respeto que siente por la
amada:
Te me mueres de
casta y de sencilla:
estoy convicto,
amor, estoy confeso
de que, raptor
intrépido de un beso,
yo te libé la flor
de la mejilla.
Yo te libé la flor
de la mejilla,
y desde aquella gloria,
aquel suceso,
tu mejilla, de
escrúpulo y de peso,
se te cae deshojada
y amarilla.
El fantasma del beso
delincuente
el pómulo te tiene
perseguido,
cada vez más
patente, negro y grande.
Y sin dormir estás,
celosamente,
vigilando mi boca
¡con qué cuido!
para que no se vicie
y se desmande.
El Rayo que no cesa lo consagra. Recibe elogios de Marañón, de Juan
Ramón, de Ortega. Es cuando conoce a Alberti, Neruda, García Lorca, María
Zambrano, Vivanco y Altolaguirre.
Un
suceso viene a ensombrecer su vida. Muere su amigo íntimo Ramón Sijé, a los 22
años y es tanta su pena que escribe la elegía incluida en el libro publicado.
En estos versos hay un compendio del todo Miguel Hernández: los recuerdos de
Orihuela, el campo y la tierra, la rabia incontenible, el desaliento; pero no
pierde la fe, esa esperanza que jamás abandonó porque Miguel creía en el hombre,
porque Miguel sufre como nadie los latigazos que le da la vida:
Yo quiero ser
llorando el hortelano
de la tierra que
ocupas y estercolas,
compañero del alma,
tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré mi corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
…
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
…
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
A
partir de aquí la vida de Miguel entra en un carrusel de acontecimientos
poderosos que llegan a superarle, aunque él no ceja en su denuncia anímica y en
la defensa de la pobre gente que como él mismo se ve arrastrada a una contienda
fratricida. Escribe “Mi sangre es un camino” y “Sino sangriento” entre otros
poemas sueltos. La sangre, el amor, la sencillez en la expresión y la pasión
desbordan su poesía. Vive la guerra. Recita en las trincheras. Escribe, escribe
y derrocha poesía por los cuatro costados. Escribe las odas dedicadas a
Aleixandre y a Neruda y un soneto a Raúl González Tuñón.
Su
corazón no deja de sufrir y confiesa:
Hoy estoy sin saber
yo no sé cómo,
hoy estoy para penas
solamente,
hoy no tengo amistad,
hoy sólo tengo
ansias
de arrancarme de
cuajo el corazón
y ponerlo debajo de
un zapato…
Pero
no se engaña:
No sé por qué, no sé
por qué ni cómo
me perdono la vida
cada día.
Dedica
su libro “Viento del pueblo” a
Vicente Aleixandre. La primera elegía es para García Lorca, ya muerto inútilmente:
…
¡Qué sencilla es la
muerte: qué sencilla,
pero qué
injustamente arrebatada!
…
No
se puede expresar con más acierto el asesinato de Lorca.
La
contienda sigue y él denuncia y canta su amargura: sentado sobre los muertos… vientos
del pueblo me llevan… carne de yugo, ha nacido… hombres veo que de hombres sólo
tienen, sólo gastan el parecer y el cigarro… siempre serán famosas estas
sangres cubiertas de abriles y de mayos… jornaleros que habéis cobrado en plomo
sufrimientos, trabajos y dineros… andaluces de Jaén, aceituneros altivos…
campesino que mueres, campesino que yaces en la tierra…
Se
casa con Josefina en marzo de 1937. La unión dura poco. Otra vez en la
distancia: él al frente, ella a Cox. Él a seguir luchando por la causa en la
que cree; ella al cuidado de sus hermanos.
Hambre,
miseria, destrucción. España contra la otra España. Curas por delante; curas
por detrás.
Nace
el hijo que ha de morir a los pocos meses. Este otro hachazo de la vida parece
que le derrumba:
Diez meses en la
luz, redondeando el cielo,
sol muerto,
anochecido, sepultado, eclipsado.
Sin pasar por el día
se marchitó tu pelo;
atardeció tu carne
con el alba en un lado.
Pero
no es así; conserva la esperanza y, realista, capaz es de animar a Josefina:
Mujer arrinconada:
mira que ya es de día,
(¡ay, ojos sin poniente por siempre en
la alborada!)
Pero en tu vientre, pero en tus ojos,
mujer mía,
la noche continúa cayendo desolada.
En
el 39 Josefina alumbra otro hijo.
Amargura,
sangre, muerte. Los heridos, los muertos, el caos. En ese escenario delirante
escribe “El hombre acecha” y se lo
dedica a Pablo Neruda: Llamo al toro de España, el soldado y su nieve, el
hambre, el herido, las cárceles, pueblo, el tren de los heridos, Madrid, Madre
España, canción última, son algunas de las poesías que incluye en el libro.
Como siempre, la esperanza y la indulgencia afloran en el poeta:
El odio se amortigua
detrás de la
ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la
esperanza.
La
guerra termina y Miguel es apresado. Insultos, cárceles. Entre cárcel y cárcel
compone “Cancionero y romancero de
ausencias”, una suerte de memoria en verso en donde el poeta hace hincapié,
una y otra vez, en aquellos temas que han estado en su vida. Son como
presentimientos de lo que llegará. Están escritas con cierta amargura. La
lectura pareja con la segunda de las Soledades de Góngora produce una mezcla
agridulce.
Si de aire articulado
No son dolientes lágrimas suaves…
De la contemplación
nace la rosa;
de la contemplación el naranjo
y el laurel:
tú y yo del beso aquél.
…estas mis quejas graves,…
¿Para qué me han parido, mujer?
¿Para qué me han parido?
…tuya será mi vida,
si vida me ha dejado que sea tuya…
Al fondo del granado
de mi pasión
el fruto se ha desangrado
¡ay de mi corazón!
…túmulo tanto debe
agradecido Amor a mi pie errante…
Querer, querer, querer,
esa fue mi corona.
Ésa es.
…lágrimas no enjugó más de la aurora
sobre violas negras la mañana…
Ausencia en todo siento.
Ausencia. Ausencia. Ausencia.
…tuya será mi vida,
si vida me ha dejado que sea tuya…
Cada vez más presente.
Como si un rayo raudo
te trajera a mi pecho.
Como un lento rayo lento.
Cada vez más ausente.
Como si un tren lejano
recorriera mi cuerpo.
Como si un negro barco
negro.
…voces de sangre, y sangre son del alma…
Besarse, mujer,
al sol, es besarnos
en toda la vida.
…¡oh mar, oh tú, supremo
moderador piadoso de mis daños!…
La libertad es algo
que sólo en tus entrañas
bate como el relámpago.
…de su prisión, dejando mis cadenas
rastro en tus ondas más que en tus
arenas…
Troncos de soledad,
barrancos de tristeza
donde rompo a llorar.
…muera, enemiga amada,
muera mi culpa, y tu desdén le guarde…
Dime desde allá abajo
la palabra te quiero.
¿Hablas bajo la tierra?
Hablo con el silencio.
¿Quieres bajo la tierra?
Bajo la tierra quiero
porque hacia donde corras
quiere correr mi cuerpo.
Ardo desde allí abajo
y alumbro tus recuerdos.
…fin duro a mi destierro;
tan generosa fe, no fácil onda,
no poca tierra esconda…
Tristes hombres
Si no mueren de amores.
Tristes, tristes.
Y
la tristeza del poeta al recibir una carta de la esposa, en la que decía que el
hijo no comía más que pan y cebolla.
La cebolla es
escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre…
…
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Gracias
a los esfuerzos de Neruda y de María Teresa León, consiguen la libertad
provisional. La poesía religiosa del poeta hace reflexionar al Cardenal Bautista
que intercede ante Franco. Miguel partió a Orihuela. Mala decisión: fue de
nuevo detenido y enviado a prisión. Otra vez las dos Españas irreconciliables
se citan aquí.
Cárcel
en Madrid, hambre, piojos, más hambre, sufrimiento inaudito, pero él proclama:
“el que no ama está muerto”
Pena
de muerte, conmutación a 30 años. Prisión en Palencia, otra vez a Madrid y
después a Ocaña.
Poemas,
más poemas:
Tu risa me hace
libre
Me pone alas.
Soledades me quita
cárcel me arranca.
En
donde la esperanza de este pobre vapuleado por la vida no se quiebra.
En
1941 le trasladan a Alicante, al Reformatorio para adultos. ¡Qué ironía! Él que
reformó con su excelsa obra a muchos desgraciados. Ve por última vez a Josefina
y a su hijo y habla en alto:
¡qué desgraciada eres,
Josefina!
Esas
fueron sus últimas palabras.
Antes
había escrito su último verso en la pared de la celda.
¡Adiós hermanos, camaradas, amigos:
despedidme
del sol y de los trigos!
El
28 de marzo de 1942, Miguel Hernández encontró, por fin, la libertad.
Después,
salvo contadas excepciones, su memoria trató de borrarse. No lo consiguieron.
Vicente Aleixandre murmuró ante su tumba unas palabras que expresan la calidad
humana del poeta: <<Tú el más puro
y verdadero, tú el más real de todos, tú el no desaparecido.>>
Y
con palabras de María de Gracia Ifach, prologuista de las primeras obras
completas de Miguel, editadas en 1960, en Buenos Aires, quiero terminar esta
modesta semblanza de un personaje extraordinario, tanto en lo humano como en lo
literario: “desde la postguerra, no ha surgido otra figura que le supere.”
Lamentablemente estas palabras tienen mucho de profecía, pues en el año que yo
escribo esto, 2009, sigue sin aparecer nadie que no sólo supere a Miguel sino
que merezca la pena. Será fruto de la globalización, Internet, la mala
educación, la mediocridad de nuestra sociedad o la pseudoprogresía que nos
desborda. En fin, como decía Miguel:
Y Dios dirá, que está siempre callado.
Manuel
Bono – Punta Umbría, Huelva, agosto de 2009