viernes, 6 de diciembre de 2013

DESDE EL PAISAJE LEVANTINO AL ÙLTIMO VERSO EN LA PARED DE UNA CELDA

A Pepe Bárcena, el último “chaqueta negra” que conservo en la memoria.




                                                 “Nuestros pensamientos son nuestros, pero sus fines ya no lo son” (W. Shakespeare - Hamlet, Acto III, escena II. V.183-209 “Our oughts are ours, their ends none of our own.”)


 Ya desde niño queda atrapado en la turbulenta época que le tocó vivir. Todavía, el Quijote que en cada españolito anida, sentía daño por la pérdida de las últimas colonias americanas. De otro lado, el gañán con boina, a lo Sancho que prestaba su sangre con generosidad obligada a la patria, empezaba a ser agitado por los políticos oportunistas, trileros de la parodia nacional. Se volvía a destapar el cofre del Cid (si es que alguna vez estuvo cerrado); se reinventaba la España de las “Españas”, concepto imperial ya caduco; cada vez más se asentaba en el sentir de la gente esa España múltiple y aldeana de “las Españas”, -tan magníficamente pintada en sus cartones y dibujos por el genial sordo de Fuendetodos, otro desarraigado- que desde la Reconquista marcó y forjó la piel de los habitantes de este país sin solución y a reventar de resentimientos: moros y cristianos, ovación y pitos, curas por delante del populacho, corriendo a estacazos; curas por detrás de ese mismo pueblo, salmodiando e impartiendo severas bendiciones a hisopazos, con cara adusta. Todo un espectáculo para el visitante inglés, francés o alemán que aterrizaba aún por aquí, atraído por esa insólita manera de vivir nuestra, que no por el sol.

Mientras tanto, la mayoría de la gente malvivía: hambre, carestías, tifus, pandemias tremendas, incorporación a filas censitaria y desigual en aras de un pretendido intento por recuperar una posición colonial-imperial, pareja a la moda británica, belga, francesa o germana del siglo precedente.

En lo literario, aún quedaba algo del esplendor aportado por la llamada Generación del 98, con los experimentos geniales de Valle, trascendiendo la patria, la monarquía y sus próceres muy  acertadamente; la ramplonería de Baroja dejándonos unas pinturas que olían demasiado a ajo y sacristía vasca, antesala de lo que más tarde, con el aporte temprano del meapilas de Arana, sabría aprovechar muy bien toda la clerecía vasca, en particular la Orden de los jesuitas; la sencillez de Azorín, infinito en su Castilla pregonada pero huérfano de ilusión e imaginación. No obstante irrumpía poderosamente la poesía modernista de Rubén con ese aire americano que insufló vida a la moribunda progenie literaria del momento. Fruto de esto fue la no menos extraordinaria obra de Juan Ramón y el acertadísimo discurso poético de Machado. El nicaragüense supo desplazar con elegancia el corsé que asfixiaba la poesía española. Juan Ramón abrió las puertas del sueño, atrapó el rumor de los jardines, nos describió el agua y el viento, y nos ensanchó maravillosamente los cielos de Moguer con su Platero. Machado fue el eterno enamorado, crítico de la indecencia, cantor del alma y de los recuerdos, el mejor narrador que soñara Proust para el escenario de Guermantes.

En ese marco variopinto nuestro poeta se movía asombrado. Un padre riguroso, ignorante y de ningún posible. Una familia necesitada de casi todo. Un niño, un joven con inquietudes y una inteligencia superior a la media del momento.

Miguel tiene su corazón cargado de ilusiones. Por eso, aprovechando sus pastoreos, se dedica a instruirse leyendo todo libro que llega a su alcance.

Su obra temprana es un reflejo de esa idea autodidacta con pródigos énfasis de su tierra y del sol mediterráneo, a veces lujuriosa, a veces dulce, otras cándida mas nunca triste, siempre sencilla que la vida ya le daría motivos para entristecer su alma.

Limoneros jugosos, de oro y tersas hojas. Lentitud del calor que no abandona la tierra hasta su sequedad. Árboles de copa baja y lentiscos agrestes en las agrestes tierras de Orihuela. Viento de levante que trae sonrisas de odaliscas de otros horizontes. Rumor del agua escasa por lo regatos sedientos del entorno levantino. Estrellas, nubes, lluvia y sol. Pastor al fin de humildes cabras que suben y bajan con él por el monte áspero.

Al Polo norte del limón amargo
desde tu arena azul, ¡cociente higuera!
al Polo norte del limón subiera,
que no a tu sur, y subo sin embargo.
Colateral a su almidón, más largo,
aquél amaga de otra y una esfera.
A dedo en río, falta anillo en puente:
¡cómo he de vadearte netamente!

Siente premura por abarcar el conocimiento y dejar esa existencia que le imponen; no quiere seguir en ese estío permanente. Marchar de allí, encontrar otra vida más llena que le haga sentir la inmensa fortaleza que sus huesos puedan soportar. Vivir, vivir intensamente y cuanto antes el contacto con otros y poder ofrecer el alma a través de su música rimada. La sangre le acompaña por doquier y el frescor de la mañana no consigue refrescar sus venas.

Agrios huertos, azules limonares,
de frutos, si dorados, corredores;
¡tan distantes!, que os sé si los vapores
libertan siempre presos palomares.
Ya va el río a regarles los azahares
alrededor de sus alrededores,
en menoscabo de la horticultura:
¡oh solución, presente al fin, futura!

Dos años, sólo dos años fue toda su formación. ¿Suficiente? Quién sabe. Si de tan poco salió la oferta presentada y en tan corta existencia. Memoria y aplicación distinguen al poeta en ciernes que siente la cadencia y practica en solitario, con el rumor de los arroyos y el triscar de las cabras como fondo. Y lee, lee cuanto cae en sus manos; lee a San Juan de la Cruz, luego a Góngora, su mejor mentor; a Garcilaso y salta a Rubén, Juan Ramón y Machado. Pero su mejor guía es Ramón Sijé, dos años menor, amigo y compañero espiritual hasta la muerte temprana de aquél y jamás olvidado, aún en su recuerdo, hasta el último verso:

                            Me tendí en la arena
                            para que el mar me enterrara,
                            me dejara, me cogiera.
                            ¡ay de la ausencia!

Y Góngora. Su influencia es manifiesta en toda la obra de Miguel:

... yo que sostengo estíos con mis brazos,
si su blancura enarco, en oro espigo.
De un seguro naufragio, negro digo,
lo librarán mis largos aletazos ...

Siente nostalgia de sí mismo y es tanta la humildad y modestia que conforma su paisaje adaptando el sueño al esplendor de otras extensiones.

                            Aquí los venenosos perejiles
                            extreman sus caireles,
                            parejos al azul de los astiles
                            de los altos claveles,
                            espigas injertadas en pinceles.

Y no se olvida de sus silvestres acompañantes, criaturas libres en esos escenarios de pastoreo que tanto bien le hicieron. Pastor de cabras, sí, mas también pastor de poesía, de metros difíciles, de ensueños coloreados, de fantasías propias, a veces inventadas, las más vividas y enriquecidas por su portentoso talento y dulce encaje. Así describe al ruiseñor:

                            Nada colma el vacío
                            de tu delicadez y gloria alta…

                            El álamo ha quedado, por viudo,
                            desilustrado y mudo;
                            sin quehacer tu garganta.

                            Las alas, instintivos salvavidas,
                            Ruy, ¿de qué te han valido?

Y es estremecedora, por lo intenso, conmovedor y rotundo en el conjunto, la estrofa que sigue:

                            La soledad del nido
                            ya no apoya y levanta
                            la dulce monarquía de tu acento.

La vida del poeta, en esa juventud truncada de saber académico, huérfana de ilustración deseada, sabe adaptarse no obstante al entorno. Y como del terruño hondo un zahorí encuentra el agua, Miguel extrae de la vida, de su existencia campesina y pastoril, la sustancia extraordinaria que volcará en sus versos henchidos de perfecta métrica, reguero del difícil cordobés continuador, simetría gongorina:

                            Ser onda, oficio, niña es de tu pelo,
                            nacida ya para el marero oficio;
                            ser graciosa y morena tu ejercicio
                            y tu virtud más ejemplar ser cielo.

Comparaciones, metáforas, aliteraciones, retruécanos y sinécdoques ajustadas, precisas; a lo grande, como un Homero levantino más allá de Quíos, más cerca del Jebel Akra, más próximo al encuentro con los dioses, del Hércules doce veces vencedor, cien mil veces más, muy cercano a las musas por no decir hermanas.

El amor adolescente, siempre en Miguel, como el primer día, nunca moribundo:

                            A ti, llamada impropiamente Rosa,
                            impropiamente, Rosa, impropiamente,
                            rosa desde los pies hasta la frente
                            que te deshojarás al ser esposa.

Y su deseo de hombre se convierte en pura poesía:

                            Por ser esposo de una rosa gime
                            mi cuerpo de claveles labradores
                            y ansias de ser rosal de ti lo encienden.

Y su amor, su verdadero amor surgido en juventud y separado por Madrid, el desamparo, la guerra, la cárcel y la muerte.

                            Tus cartas son un vino
                            que me trastorna y son
                            el único alimento
                            para mi corazón.

                            Desde que estoy ausente
                            no sé sino soñar,
                            igual que el mar tu cuerpo,
                            amargo igual que el mar.

Mientras tanto sigue el poeta su andadura ácida. Recóndito refugio del desamparado, cantor de injusticias y valedor de causas muertas, desmedidas por más que moribundas que desde el cielo debieran recibir aliento. Así de claro denuncia en alto la servidumbre entre hombres, tremenda injusticia y peor desequilibrio de esa España feroz que lleva en la sangre de sus hijos la miseria y el odio arrancado a la tierra a fuerza de surcos y azadones regados de sudor y tristeza:

                            Tú no eres tú, mi hermano y campesino;
                            tú eres nadie y tu ira, facultada
                            de manejables arcos acerados.
                            A tu manera faltas sosegada,
                            a tu amor y destino,
                            veterana asistencia de los prados.
                            …

                            El sexo macho y fuerte de la reja,
                            el surco femenino, en desaseo,
                            para abrir cauces a la muerte, deja.
                            …

                            ¡Amargo es el vientre de tu esposa
                            como el abril en flor de la retama!

Ya es perito en lunas. Sus octavas reales son puro neogongorismo. Consagrado al menos entre un círculo de poetas y buena gente que le apoya, como señala con acierto su amigo Ramón en el prólogo que le regala en la edición del libro: … la poesía de Miguel, en su primera luna, es estridente: es el poema terruñero, provincial, querencioso de pastorería de sueños. Cuando ya es noche cerrada, nace el religioso albor de su segunda luna: es poesía literaria, resonante de voces y reflejos. Y en su tercera luna es delirio callado de tormentas. La poesía es transmutación, milagro y virtud; y la poesía de Miguel es tan sólo todo eso: ni más ni menos.

Miguel, como el rayo, no cesa y en perfectos endecasílabos es capaz de volcar su corazón como la lluvia hace detrás del trueno:

                            Tengo estos huesos hechos a las penas
                            y a las cavilaciones estas sienes:
                            pena que vas, cavilación que vienes
                            como el mar de la playa a las arenas

Y el amor que siente hacia su amada Josefina queda patente en este precioso soneto, en donde muestra su hombría y al tiempo el respeto que siente por la amada:

                            Te me mueres de casta y de sencilla:
                            estoy convicto, amor, estoy confeso
                            de que, raptor intrépido de un beso,
                            yo te libé la flor de la mejilla.

                            Yo te libé la flor de la mejilla,
                            y desde aquella gloria, aquel suceso,
                            tu mejilla, de escrúpulo y de peso,
                            se te cae deshojada y amarilla.

                            El fantasma del beso delincuente
                            el pómulo te tiene perseguido,
                            cada vez más patente, negro y grande.

                            Y sin dormir estás, celosamente,
                            vigilando mi boca ¡con qué cuido!
                            para que no se vicie y se desmande.

El Rayo que no cesa lo consagra. Recibe elogios de Marañón, de Juan Ramón, de Ortega. Es cuando conoce a Alberti, Neruda, García Lorca, María Zambrano, Vivanco y Altolaguirre.

Un suceso viene a ensombrecer su vida. Muere su amigo íntimo Ramón Sijé, a los 22 años y es tanta su pena que escribe la elegía incluida en el libro publicado. En estos versos hay un compendio del todo Miguel Hernández: los recuerdos de Orihuela, el campo y la tierra, la rabia incontenible, el desaliento; pero no pierde la fe, esa esperanza que jamás abandonó porque Miguel creía en el hombre, porque Miguel sufre como nadie los latigazos que le da la vida:

                            Yo quiero ser llorando el hortelano
                            de la tierra que ocupas y estercolas,
                            compañero del alma, tan temprano.

                            Alimentando lluvias, caracolas
                            y órganos mi dolor sin instrumento,
                            a las desalentadas amapolas

                            daré mi corazón por alimento.
                            Tanto dolor se agrupa en mi costado,
                            que por doler me duele hasta el aliento.
                            …

                            No perdono a la muerte enamorada,
                            no perdono a la vida desatenta,
                            no perdono a la tierra ni a la nada.
                            …

                            A las aladas almas de las rosas
                            del almendro de nata te requiero,
                            que tenemos que hablar de muchas cosas,
                            compañero del alma, compañero.

A partir de aquí la vida de Miguel entra en un carrusel de acontecimientos poderosos que llegan a superarle, aunque él no ceja en su denuncia anímica y en la defensa de la pobre gente que como él mismo se ve arrastrada a una contienda fratricida. Escribe “Mi sangre es un camino” y “Sino sangriento” entre otros poemas sueltos. La sangre, el amor, la sencillez en la expresión y la pasión desbordan su poesía. Vive la guerra. Recita en las trincheras. Escribe, escribe y derrocha poesía por los cuatro costados. Escribe las odas dedicadas a Aleixandre y a Neruda y un soneto a Raúl González Tuñón.

Su corazón no deja de sufrir y confiesa:

                            Hoy estoy sin saber yo no sé cómo,
                            hoy estoy para penas solamente,
                            hoy no tengo amistad,
                            hoy sólo tengo ansias
                            de arrancarme de cuajo el corazón
                            y ponerlo debajo de un zapato…

Pero no se engaña:

                            No sé por qué, no sé por qué ni cómo
                            me perdono la vida cada día.

Dedica su libro “Viento del pueblo” a Vicente Aleixandre. La primera elegía es para García Lorca, ya muerto inútilmente:

                           
                            ¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
                            pero qué injustamente arrebatada!
                            …

No se puede expresar con más acierto el asesinato de Lorca.

La contienda sigue y él denuncia y canta su amargura: sentado sobre los muertos… vientos del pueblo me llevan… carne de yugo, ha nacido… hombres veo que de hombres sólo tienen, sólo gastan el parecer y el cigarro… siempre serán famosas estas sangres cubiertas de abriles y de mayos… jornaleros que habéis cobrado en plomo sufrimientos, trabajos y dineros… andaluces de Jaén, aceituneros altivos… campesino que mueres, campesino que yaces en la tierra…

Se casa con Josefina en marzo de 1937. La unión dura poco. Otra vez en la distancia: él al frente, ella a Cox. Él a seguir luchando por la causa en la que cree; ella al cuidado de sus hermanos.

Hambre, miseria, destrucción. España contra la otra España. Curas por delante; curas por detrás.

Nace el hijo que ha de morir a los pocos meses. Este otro hachazo de la vida parece que le derrumba:

                            Diez meses en la luz, redondeando el cielo,
                            sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado.
                            Sin pasar por el día se marchitó tu pelo;
                            atardeció tu carne con el alba en un lado.

Pero no es así; conserva la esperanza y, realista, capaz es de animar a Josefina:

                            Mujer arrinconada: mira que ya es de día,
                            (¡ay, ojos sin poniente por siempre en la  alborada!)
Pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía,
la noche continúa cayendo desolada.

En el 39 Josefina alumbra otro hijo.

Amargura, sangre, muerte. Los heridos, los muertos, el caos. En ese escenario delirante escribe “El hombre acecha” y se lo dedica a Pablo Neruda: Llamo al toro de España, el soldado y su nieve, el hambre, el herido, las cárceles, pueblo, el tren de los heridos, Madrid, Madre España, canción última, son algunas de las poesías que incluye en el libro. Como siempre, la esperanza y la indulgencia afloran en el poeta:

                            El odio se amortigua
                            detrás de la ventana.
                            Será la garra suave.
                            Dejadme la esperanza.

La guerra termina y Miguel es apresado. Insultos, cárceles. Entre cárcel y cárcel compone “Cancionero y romancero de ausencias”, una suerte de memoria en verso en donde el poeta hace hincapié, una y otra vez, en aquellos temas que han estado en su vida. Son como presentimientos de lo que llegará. Están escritas con cierta amargura. La lectura pareja con la segunda de las Soledades de Góngora produce una mezcla agridulce.

Si de aire articulado
No son dolientes lágrimas suaves…

                            De la contemplación
nace la rosa;
de la contemplación el naranjo
y el laurel:
tú y yo del beso aquél.

…estas mis quejas graves,…

¿Para qué me han parido, mujer?
¿Para qué me han parido?

…tuya será mi vida,
si vida me ha dejado que sea tuya…

Al fondo del granado
de mi pasión
el fruto se ha desangrado
¡ay de mi corazón!

…túmulo tanto debe
agradecido Amor a mi pie errante…

Querer, querer, querer,
esa fue mi corona.
Ésa es.

…lágrimas no enjugó más de la aurora
sobre violas negras  la mañana…

Ausencia en todo siento.
Ausencia. Ausencia. Ausencia.

…tuya será mi vida,
si vida me ha dejado que sea tuya…

Cada vez más presente.
Como si un rayo raudo
te trajera a mi pecho.
Como un lento rayo lento.
Cada vez más ausente.
Como si un tren lejano
recorriera mi cuerpo.
Como si un negro barco
negro.

…voces de sangre, y sangre son del alma…

Besarse, mujer,
al sol, es besarnos
en toda la vida.

…¡oh mar, oh tú, supremo
 moderador piadoso de mis daños!…

La libertad es algo
que sólo en tus entrañas
bate como el relámpago.

…de su prisión, dejando mis cadenas
rastro en tus ondas más que en tus arenas…

Troncos de soledad,
barrancos de tristeza
donde rompo a llorar.

…muera, enemiga amada,
muera mi culpa, y tu desdén le guarde…

Dime desde allá abajo
la palabra te quiero.
¿Hablas bajo la tierra?
Hablo con el silencio.
¿Quieres bajo la tierra?
Bajo la tierra quiero
porque hacia donde corras
quiere correr mi cuerpo.
Ardo desde allí abajo
y alumbro tus recuerdos.

…fin duro a mi destierro;
tan generosa fe, no fácil onda,
no poca tierra esconda…

Tristes hombres
Si no mueren de amores.
Tristes, tristes.

Y la tristeza del poeta al recibir una carta de la esposa, en la que decía que el hijo no comía más que pan y cebolla.

                            La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre…

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Gracias a los esfuerzos de Neruda y de María Teresa León, consiguen la libertad provisional. La poesía religiosa del poeta hace reflexionar al Cardenal Bautista que intercede ante Franco. Miguel partió a Orihuela. Mala decisión: fue de nuevo detenido y enviado a prisión. Otra vez las dos Españas irreconciliables se citan aquí.

Cárcel en Madrid, hambre, piojos, más hambre, sufrimiento inaudito, pero él proclama:

                            “el que no ama está muerto

Pena de muerte, conmutación a 30 años. Prisión en Palencia, otra vez a Madrid y después a Ocaña.

Poemas, más poemas:

                            Tu risa me hace libre
                            Me pone alas.
                            Soledades me quita
                            cárcel me arranca.

En donde la esperanza de este pobre vapuleado por la vida no se quiebra.

En 1941 le trasladan a Alicante, al Reformatorio para adultos. ¡Qué ironía! Él que reformó con su excelsa obra a muchos desgraciados. Ve por última vez a Josefina y a su hijo y habla en alto:

                            ¡qué desgraciada eres, Josefina!

Esas fueron sus últimas palabras.

Antes había escrito su último verso en la pared de la celda.

                            ¡Adiós hermanos, camaradas, amigos:
                            despedidme del sol y de los trigos!

El 28 de marzo de 1942, Miguel Hernández encontró, por fin, la libertad.

Después, salvo contadas excepciones, su memoria trató de borrarse. No lo consiguieron. Vicente Aleixandre murmuró ante su tumba unas palabras que expresan la calidad humana del poeta: <<Tú el más puro y verdadero, tú el más real de todos, tú el no desaparecido.>>

Y con palabras de María de Gracia Ifach, prologuista de las primeras obras completas de Miguel, editadas en 1960, en Buenos Aires, quiero terminar esta modesta semblanza de un personaje extraordinario, tanto en lo humano como en lo literario: “desde la postguerra, no ha surgido otra figura que le supere.” Lamentablemente estas palabras tienen mucho de profecía, pues en el año que yo escribo esto, 2009, sigue sin aparecer nadie que no sólo supere a Miguel sino que merezca la pena. Será fruto de la globalización, Internet, la mala educación, la mediocridad de nuestra sociedad o la pseudoprogresía que nos desborda. En fin, como decía Miguel:

                            Y Dios dirá, que está siempre callado.


Manuel Bono – Punta Umbría, Huelva, agosto de 2009